Culto a la personalidad

No es extraño escuchar como fundamento de las críticas a los países con sistemas socialistas (especialmente contra la República Popular Democrática de Corea) que existe un culto a la personalidad insano y obligado hacia la popular figura del líder. Hablamos de casos como Stalin en la extinguida URSS, Fidel Castro en Cuba, Hugo Chávez en Venezuela o la familia Kim en la RPDC.

Esta crítica, si bien podría tener un ápice de fundamento en el caso del país asiático, no deja de hacerme gracia. Básicamente se obvia el contexto de la situación, se ignora totalmente la cultura de cada sociedad, centrando la crítica en actitudes como la exaltación de la figura de un personaje carismático mediante la simbología, como pueden ser fotografías o estatuas.

estatua Kim Jong Il

El caso de Joseph Stalin, Secretario General del PCUS durante casi 30 años, ha sido estudiado más que suficiente por famosos historiadores como Ludo Martens (muy recomendable su “Otra mirada sobre Stalin”). El mito creado alrededor de su figura es tal, que es extremadamente difícil cambiar mínimamente la opinión de alguien que solo ha sido informado por la rama tradicional de la historiografía sobre la URSS, que ha estado absolutamente generalizada en todos los libros de texto desde su disolución.

Pero hoy me quiero centrar en el caso de la familia Kim en Corea del Norte. El primero de la “dinastía”, Kim Il Sung, lideró la liberación de la zona norte de la península de Corea tras la Segunda Guerra Mundial, controlada entonces por las fuerzas japonesas. Su carácter carismático le hizo escalar posiciones hasta convertirse en Primer Ministro de la República Popular Democrática de Corea, fundando al mismo tiempo el Partido de los Trabajadores de Corea. Posteriormente, encabezó el intento de liberación del Sur que desembocó en la Guerra de Corea, que enfrentó a la parte norte, la URSS y China contra la parte sur, con las Naciones Unidas, encabezadas por unos Estados Unidos que perpetraron uno de los peores genocidios de la Historia. La Guerra concluyó en la separación de las dos Coreas por el paralelo 38º y la consagración de dos países y dos sistemas, influenciados por cada uno de los bloques de la Guerra Fría.

En definitiva, Kim Il Sung se convirtió en unos años en un símbolo de heroísmo y libertad para el grueso del pueblo norcoreano. En una cultura como la coreana y la asiática en general, la figura del padre de familia en ocasiones se puede magnificar hasta convertir a un personaje político de las altas esferas en un elemento unificador del pueblo llano. Se ha podido ver desde Japón hasta Tailandia. En un contexto desolador tras la barbarie de la Guerra de Corea, el hecho de tener un líder que prometió un sistema igualitario y seguridad frente a la invasión americana era aliviante. Kim Il Sung y su apoyo de la URSS eran como un oasis en el desierto. La elaboración de la ideología Juche y la construcción del sistema económico norcoreano fueron los logros del gobierno de Kim.

Hoy en día, el retrato del Presidente Eterno se puede ver en cada edificio de Corea del Norte, junto al de su hijo y sucesor Kim Jong Il, y no es un acto obligatorio como muchos dicen. Simplemente es el símbolo de algo en lo que ellos creen fervientemente, que es su sistema, tan diferente al nuestro que les hace especiales en todo el mundo. Un sistema que podrá tener sus imperfecciones e injusticias, pero es el que ellos han construido sin la influencia del Imperio, cosa que no pueden decir muchos países del mundo.

¿Quién puede decir hoy en día en nuestra sociedad occidental que estamos libres de cualquier “culto a la personalidad”? ¿Por qué la cara de 20 metros de Cristiano Ronaldo en el centro de Madrid y en todas las televisiones todos los días no se considera culto? ¿Por qué hay en todos los despachos oficiales una foto del antiguo rey? ¿Por qué no se puede injuriar a su persona? ¿Quién lo ha elegido?

Somos hipócritas por naturaleza. Nos dedicamos a cuestionar otras culturas y a analizarlas desde fuera sin ni siquiera analizar la nuestra. Yo digo que tenemos un líder al que rendimos culto: EL DINERO. Nos levantamos cada mañana para ganarlo, lo sudamos, lo queremos, lo ansiamos, lo necesitamos y nos duele perderlo. No podemos entender la vida sin él, ni otro sistema que no se base en su acumulación. Damos risa, enfrascados en la rutina de la economía de mercado mientras lamentamos que en otro lugar alguien pueda tener una vivienda digna solo por ser ciudadano de ese país, o sanidad y educación absolutamente gratuitas. Que sí, que está lejos de la perfección y no es viable en una sociedad occidental, pero ¿quiénes somos para cuestionar la legitimidad de un sistema cuando el nuestro se cae a pedazos, llevándonos a nosotros por delante?

No somos mejores que ellos. Nuestros periódicos están llenos de las fotos del Rey y de los personajes tendencia, nos son impuestos modelos de comportamiento y moral cada día en la televisión y por supuesto no somos soberanos dentro de nuestro propio país. Así que os invito a reflexionar cada vez que escuchéis el término “culto a la personalidad”. Mirad a vuestro alrededor, fijaos en los carteles, los pósters de vuestro cuarto, vuestro fondo de pantalla del móvil… Y decidme que os parece ridícula la estatua gigante de los Kim en Pyongyang.

Para todo lo demás, Master Card.

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